Algunos grados por encima del cero, la temperatura en Dublín, el 2 de febrero de 1882, cuando nació James Joyce. Fue en Rathgar, un suburbio de la ciudad a tres kilómetros del centro. Y aún ese país al noroeste de Europa no se llamaba, como lo conocemos hoy, República de Irlanda, sino Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda. Duró 21 años ese conglomerado de potencias, pero de todos modos, Joyce vivió la mayor parte de su adultez fuera de ahí, aunque Dublín, su paisaje, su gente, sus costumbres, la infancia, lo marcaron para siempre. En Dublín transcurren muchas de sus historias. Publicó poesía y relato, ensayo y teatro, pero también públicas novelas, varias, aunque una sola bastó para quebrar la literatura al medio, marcar un antes y un después. Se llamó Ulises y es, además de un puente con la Odisea —el poema épico de Homero del siglo VII a. C.—, la prueba del ingenio humano y un retrato de época.
Nadie nace traductor
«James Joyce es uno de los grandes escritores del mundo. Quien no lo lee, se pierde algo importante. El primer Joyce es fundamental, en especial Dublineses y Retrato de un artista joven. Para quien estudia, para quien enseña, es importante leerlo y lo recomiendo.» El que habla es Rolando Costa Picazo quien casi un siglo después de que apareciera el Ulises, realizó una nueva traducción para Edhasa con comentarios críticos. «La traducción fue muy compleja —continúa Costa Picazo en diálogo con Infobae Cultura—. Uno no puede entrar si no trae algo del estudio del autor en el camino y también tiene que estar preparado para recibir un shock. Es un escritor muy sufrido y pone su dolor en la obra. La gran diferencia en traducirlo radica en su amplio conocimiento. No solo cita a otros escritores ingleses y europeos, sino que además no dice lo que está citando. Tal vez le divierte hacer una trampita en algún momento. En un caso, conversa con un pseudo escritor que cree que sabe todo y no sabe nada. Así podría uno internarse en la búsqueda de una fuente inexistente mientras él se ríe desde ultratumba.»
Quien también lo acaba de traducir es Marcelo Zabaloy, para la editorial El Cuenco de Plata, pero también tradujo Finnegans Wake. En su adolescencia, casi por casualidad —mejor dicho: por la causalidad de la buena docencia— se encontró con James Joyce, como si el destino estuviera escrito sobre un papel que alguien rescata de la basura. Lo leyó por primera vez en la escuela secundaria, en el colegio Southlands de Bahía Blanca, lugar desde donde conversa con Infobae Cultura.
El “Ulises” de Joyce traducido por Costa Picazo (Edhasa) y Zabaloy (El Cuenco de Plata)
«Una inolvidable maestra, Miss Sylvia Rozas Denis, nos hizo leer un cuento llamado Counterparts. Lo había escrito un tal James Joyce y el libro era Dubliners. Yo tendría a lo mejor catorce o quince años. Analizamos el cuento durante varias clases y me fascinó. Después, con los años, leí comentarios sobre su obra, supe de la existencia de un libro larguísimo y casi ilegible que englobaba un día en la vida de un personaje en setecientas páginas. Y también leía citas por todos lados y a Borges diciendo esto y aquello de Joyce, y todo eso. Y la intriga me fue llevando a acercarme con curiosidad. Volví a leer Couterparts y todo Dubliners cuando era adulto. En inglés, por el gusto de mantener lo aprendido durante mi infancia y adolescencia. Y después seguí con el Retrato del artista adolescente. Al final mi esposa me trajo de los Estados Unidos una edición del Ulises, esto fue en 2004. Tardé un año para la primera lectura y me cautivó desde la primera frase. Descubría cada día maravillas inimaginables. Y a esa lectura inicial siguieron tantas más que ya no las recuerdo. Pude haberlo leído diez veces y podría leerlo otras tantas. Es adictivo. Atrapa. Cautiva al lector paciente y rechaza, a propósito, al impaciente.»
«Traducirlo fue un impulso», asegura Zabaloy. Un día, cuando lo leía, le quiso traducir un fragmento a su esposa. «El de Leopold Bloom, cuando compara a la mujer con la luna», dice, pero el libro que tenía en sus manos estaba en inglés. «Para traducir diez líneas estuve todo un día. Y había quedado, para mí, delicioso. A Marcela [su esposa] le gustó mucho. A partir de allí, usé cada minuto libre que tuve para traducir y seguir traduciendo. Cuando terminé el primer borrador habían pasado cuatro años. El placer que me proporcionó ese pasatiempo no puede medirse con palabras ni puede pagarse con plata», recuerda.
James Joyce
Desde Málaga, España, y mediante un breve intercambio epistolar vía mail, Pablo Ingberg habla de Joyce con Infobae Cultura. Lo conoce casi de memoria; tradujo El gato y el diablo, Epifanías, Escritos críticos y afines, Exiliados, Finn’s Hotel, GIacomo Joyce, Los gatos de Copenhague y Retrato del artista adolescente, pero su primera lectura de Joyce fue el Ulises. Ingberg tenía 25 años y asegura que se sintió deslumbrado. «Cada página, cada párrafo —recuerda— era una sorpresa, un nuevo ítem de un catálogo de posibilidades. Y nunca como adorno, sino como algo que forma parte indispensable de la construcción. Cuando se acercaba la entrada de Joyce en el dominio público, traduje Retrato del artista adolescente, y en años sucesivos otras varias obras de ese conjunto preparatorio y satelital. Ahora está por aparecer la Poesía, que incluye por primera vez los inéditos en vida, incluidos en cartas o manuscritos.»
Breve historia del Ulises
«La imprimiremos, aunque sea el último esfuerzo de nuestras vidas». Eso fue lo que escribió Margaret Caroline Anderson, directora de la revista estadounidense The Little Review, cuando recibió por correo los primeros tres capítulos del Ulises. Se los había enviado el poeta Ezra Pound por pedido de James Joyce ya que en Europa nadie quería publicarlo. En esa época se usaba mucho serializar las novelas en revistas. Cuando en 1917 Joyce ya tenía la cosa avanzada y sabía que se trataba de algo realmente transgresor, le escribió a Harriet Shaw Weaver de la revista londinense The Egoist, juntos lo hicieron también a Virginia Woolf y su esposo. Nadie quería saber nada, corrían tiempos difíciles entre la falta de tipógrafos, la escasez de dinero, las presiones legales y la creciente censura. Entonces, tras la ayuda de Pound, llegó a manos de una Anderson, que quedó fascinada. Lo intentó, comenzó en 1918, pero al tiempo fue castigada: los números donde se publicaron los capítulos 8, 9 y 12 fueron confiscados y quemados por las autoridades y en 1921 fue condenada a pagar una multa.
El primer Ulises completo como libro aparece en Francia en 1922. El fenómeno se expande —o como se dice ahora: se viraliza— y luego de Alemania y República Checa, se traduce al japonés en 1930 y al poco tiempo Random House la publica en Estados Unidos, no sin recibir denuncias. En Inglaterra se edita recién en 1936. ¿Y al español? La primera fue de un argentino, José Salas Subirat, que logra traducirla y publicarla en 1945 en Buenos Aires.
Con paciencia y necesidad, leerlo hoy
Pero, ¿qué tiene entonces este libro que, según T. S. Eliot, «es la expresión más importante que ha encontrado nuestra época»? ¿Por qué leerlo hoy, no sólo a él, también a su autor, James Joyce, que ha construido una obra y ha logrado, a diferencia de otros autores —Céline es el mejor ejemplo—, poner su nombre a la par de su hit sin que éste lo tape? «Llega un momento en el cual hay que tomar una decisión —dice Marcelo Zabaloy—, leer o no leer a Joyce. Leer o no leer un clásico catalogado como difícil. Y siempre son los mismos nombres, Joyce, Kafka, Woolf, Nabokov, Proust, etc. Pero hablamos hoy de Joyce. Si el joven o el adulto ha adquirido ya el don de la paciencia puede, no digo debe, leerlo. No hay un camino que conduzca a su obra inexorablemente; nadie es más o menos lector por leerlo o no leerlo, pero en mi caso simplemente decidí que iba a leerlo.»
Rolando Costa Picazo también lo recomienda, con énfasis lo recomienda, pero advierte que requiere tiempo. Estudiaba literatura cuando leyó por primera vez el Ulises, se había preparado, sabía que se trataba de algo complejo. «No es para leer en la juventud —aconseja—, pero sí es sin duda, de primera línea. Si se estudia por obligación, la respuesta es siempre negativa. No es para el comienzo de los estudios literarios, uno necesita todo el tiempo para entrar en la obra del autor.»
James Joyce
«Para mí la obra central de Joyce es Ulises«, dice Ingberg, y continúa: «Todo lo demás que escribió me interesa, y profundísimamente, como recorrido hacia y desde Ulises y como satélites que giran alrededor de ese sol. Ulises es como un museo eternamente vivo de la novela: si se pudiera alcanzar el infinito de agotar las posibilidades que ofrece la novela desde sus orígenes y hasta siempre jamás, eso es lo que Joyce logró con ese libro. Me recuerda a una de esas catedrales europeas que primero fueron templo griego o romano, después iglesia cristiana primitiva, después quizá mezquita o iglesia ortodoxa, después iglesia católica y hoy es una especie de museo donde uno ve convivir todas esas capas en una construcción que a pesar del rejunte de capas superpuestas en principio heterogéneas conforma una unidad donde todo eso se funde en un cuerpo único y macizo, una inmensa obra de arte compuesta por una inmensa cantidad de pequeñas obras de arte», cuenta.
Son varias las
razones para leer a James Joyce. ¿Vale la pena, en una época tan fugaz y llena
de posverdades como la nuestra, apoyarse (también) en los clásicos? Con
paciencia y necesidad, la respuesta es enfáticamente afirmativa.
[*] Artículo de Luciano Sáliche para Infobae