Por Carlos Arturo Fernández U.
En el panorama del arte colombiano actual, caracterizado por la absoluta proliferación de nuevos medios, en aparente paradoja, se presenta la obra de José Antonio Suárez Londoño (Medellín 1955), desarrollada a partir de medios más tradicionales como el dibujo y el grabado.
Suárez ha hecho suya la consigna Null diez sine línea, “ningún día sin una línea”, con la cual el escritor romano Plinio el Viejo recomendaba a los escritores el ejercicio permanente de su trabajo — Suárez la escogió como titulo para su exposición en Suramericana de Seguros, en Medellín, en 1999—. Plinio agrega que esa era también la costumbre del pintor griego Apeles, quien, a pesar de otras ocupaciones, siempre dedicaba una parte de su tiempo al arte, trazando al menos una línea. La obra de José Antonio Suárez Londoño parece dominada por esta obsesión del trabajo incesante, que se manifiesta en una enorme cantidad de pequeños dibujos, a veces más allá de la miniatura, referidos a los más diversos asuntos. Y, justamente en esta dirección se puede comprender que en su obra el uso de los medios es tradicional solo en apariencia, no en cuanto al fondo estético. Cabe destacar los altos valores artísticos de los dibujos de Suárez, su precisión y limpieza, el equilibrio de su minúsculo tamaño, la riqueza de tramas, luces y sombras, su variedad. Sin embargo lo que encontramos aquí se aparta de la idea clásica del dibujo como forma de apropiación de las apariencias de lo real o como boceto de un trabajo “mayor”, e incluso de la alternativa, también tradicional, del dibujo como valor de arte autónomo.
La obra de José Antonio Suárez Londoño no se reduce a hacer un dibujo. En ella no es posible determinar con claridad si la categoría de la obra de arte se establece en la separación de cada dibujo, si se refiere a las distintas series que va elaborando, o si, en último término es la totalidad de estos dibujos lo que se constituye en obra de arte. En realidad, a través de su multiplicación y sobre abundancia, el trabajo de Suárez manifiesta una carga conceptual que lo distingue de los procesos tradicionales. Lo que aparece aquí es una especie de diario de vida que abarca todas las dimensiones de la existencia, quizá más allá de cualquier límite. Lo consiente y lo inconsciente, la poesía, la cultura popular, la historia social, la naturaleza, la historia del arte, retratos, sellos, grabados antiguos, notas de prensa, cartas, plantas, eventos, lecturas; todo se presenta aquí de manera simultanea.
Como ocurre en la vida cotidiana, cada una de estas realidades llega caóticamente a nuestra conciencia; pero Suárez tiene la capacidad de separarlas y, en el breve lapso de cada dibujo, someterlas a una observación minuciosa que revela su dimensión poética. Casi de inmediato, con la premura que le impone la decisión de no dejar que transcurra ni un solo día sin trabajar, pasa al análisis de otros asuntos. El resultado, mucha más allá de la evidente calidad plástica de estos pequeños dibujos, es una forma de diario íntimo que, posiblemente, no hace referencia tanto a los acontecimientos de la vida cotidiana del artista sino, sobre todo, a la existencia humana como proceso siempre abierto a la experiencia y al conocimiento. En otras palabras, para José Antonio Suárez Londoño el dibujo es un medio conceptual y no un simple ejercicio académico o formal.
Por otra parte, junto al trabajo permanente en la obra de Suárez se identifica el arte como un “hacer siempre lo mismo y hacerlo distinto”. Es la idea de un compromiso permanente con la obra que se desarrolla de manera cada vez más profunda y diversa, en la clara conciencia de que, desplegando su relación intrínseca con las experiencias cotidianas, el trabajo girará siempre alrededor de los mismos asuntos. Se plantea así un concepto que se descubre en amplios sectores del arte contemporáneo, según el cual el artista es un investigador que profundiza en una línea especifica de pensamiento y, por eso, de algún modo, trabaja siempre sobre su propia obra. Por eso mismo, la obra de José Antonio Suárez Londoño adquiere una conciencia cada vez más lucida de la riqueza de significación que puede trabajar, y se plantea compromisos más intensos con la realidad nacional.