El 24 de noviembre de 1632, en la ciudad de Ámsterdam, nació Benedictus Spinoza y murió el 21 de febrero de 1677 en La Haya. En su breve vida creó una obra filosófica extraordinaria; indiferente a la fama, se dedicó a la búsqueda de un bien verdadero que hallado y poseído “me hiciera gozar eternamente de una alegría continua y suprema.”.1 Pensó a Dios como la sustancia infinita, equivalente a la naturaleza —Deus sive Natura—. Todo lo que sucede en la naturaleza sucede por necesidad: feliz quien ha podido conocer las causas de las cosas y sabe que están firmemente ligadas entre sí, que ninguna —excepto Dios— puede ser algo ni vivir por sí misma sino que todas necesitan de otras
causas.