La sociedad siempre va a tener normas y aunque podamos incidir con la lucha política en la disminución de la desigualdad, es necesario buscar nuevas configuraciones del deseo. El fascismo que asecha en nuestros corazones y la represión que inflige es un peligro permanente que puede contrarrestarse con el constante experimento de devenirse menor.
La revolución no será televisada. No será patrocinada por esta o aquella corporación. No será algo que Instagram o Facebook puedan visualizar. Será una revolución que desafía esa posibilidad. Será una revolución que tendrá lugar en nuestras mentes y en nuestros corazones y en el efímero tejido de conexiones por el que fluye el deseo.